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14 de febr. 2014

Permítetelo

Las manos en los bolsillos del abrigo; esos zapatos altos que esconden el borde inferior del pantalón vaquero. Observo desde lejos tus andares -todavía no me ves-, que van al ritmo de las ganas, siguiéndole el paso a tu mirada que me busca, y con un rostro serio que se transforma en media sonrisa cuando me encuentras.
Me das un beso, y a veces te quedas mirándome con los labios cerrados, como apretados, y frunciendo el ceño, como si esperaras que te contara qué tal me he levantado. Y te colocas las gafas, y te rascas la nariz mientras la arrugas. En otras ocasiones, sin embargo, me abrazas tan fuerte como puedes para que tu cuerpo y el mío se comuniquen sin palabras.Y aunque cuando cae la noche la fragilidad se abre paso y las palabras fluyen con más agilidad, no es fácil quitarse la coraza para desnudar el alma; lo sé y lo sabes. Pero aún así, logras llegar. No sé cómo, pero me cuentas con tu presencia y me hablas aún sin palabras; para lo bueno y para lo malo.
Y de vuelta, las palabras se hacen más y más intensas, hasta que se siente que es imposible que  reflejen del todo lo que se lleva dentro y se opta por sonreír, respirar, y volver a sonreír con la certeza de que hay cosas que solamente pueden ser compartidas y comprendidas con quien lo vive desde el otro lado, aunque ese lado acabe convirtiéndose en uno solo, por la certeza de saberse, y sobre todo de sentirse, absolutamente lleno. Con la calma, la tranquilidad y la seguridad que proporciona la certeza de que de una vez por todas, eso que solamente se sueña, o se imagina, ha aparecido en la vida con toda la fuerza de un torbellino. Para quedarse.

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