Cuando parecía imposible mejorar la competición del preolímpico, cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, apareció Carolina con la pelota para emocionar, para hacer sentir, para exhibir esos signos en el aire que son sus manos. Después apareció la fuerza, la potencia, y el carácter con el aro, igual que con la cinta, llena de expresión y arte, para acabar con lo que para mí es el ejercicio estrella, las mazas, ese tiriti tra tra tra que pone la piel de gallina por muchas veces que lo hayas visto. (aquí en el preolímpico)
Una es capaz de sentir un cierta cercanía solamente viéndola bailar y de acercarse a ella sin conocerla, de meterse en su pellejo y de hacer fuerza como si una misma fuera la que está sobre el tapiz.
No hubo milagro, no hubo final. Pero la satisfacción, afortunadamente, no dependía de eso. Lo que estaba en juego era mucho más que eso, era algo que iba por dentro. Hubo orgullo, del trabajo bien hecho, de los años que han compartido juntas. No hace falta ser muy listo el para ver como la ilusión, el afecto incondicional, y la admiración mutua han sido claves fundamentales para el éxito del tándem que forman. 
Y saben que lo han logrado, que han conseguido algo increible. Lo que no saben es que han hecho que gente, como yo, sin conocerlas de nada, nos tensemos frente al televisor disfrutando, por nosotras, y por el deseo de que todo salga bien para que ellas puedan disfrutarlo más que nadie, traspasando más allá del asunto artístico para llegar al humano, al emocional, porque lo merecen, o así al menos yo lo siento.